miércoles, 28 de marzo de 2012

Sera porque no uso lentes...


No uso lentes (todavia) quizá por eso no me sienta tan cómodo con esa metáfora. No me late pensar que para cambiar nuestra mirada del mundo tenemos que echar mano de algo externo. La palabra lente me da la idea de magnificación, de lupa, de microscopio, de telescopio. Una especie de vínculo etimológico con las raíces de la ciencia que quizá haya legitimado esa analogía de los lentes teóricos. En mi español sureño se les dice anteojos. Peor aún, me da la idea de filtro, de barrera. Me imagino las anteojeras que le ponen a los caballos urbanos para que no se asusten con los autos y sigan tirando, mansa y resignadamente, de los carros.

Me gustaría pensar, más bien, que el cambio viene de adentro, y que los ojos se adaptan a eso. Podríamos jugar con transformaciones de los nervios ópticos, de los conos y bastones que componen la estructura celular del ojo, o en las plasticidad y curvatura de la retina, pero todo ello requería mas conocimiento y tiempo del que dispongo ahorita. ¿Cómo cambia nuestra mirada entonces? A mi me fascinan esas experiencias donde el ojo ve lo que el cerebro quiere ver ¿no les ha pasado? Se trata de una experiencia interesante que se hace en algunos test psicológicos. El ojo ve una mancha hasta que descubre una determinada forma, una vez que ha delineado una silueta es imposible dejar de verla. A veces incluso hay mas de una silueta y la percepción de una enmascara (temporal o definitivamente) la otra.

He sentido, en ocasiones, como esto me sucedía en “la vida real”. Por determinado análisis, coyuntura o casualidad (o causalidad) mi mirada sobre determinada situación, persona o momento cambiaba. Asi, de golpe, como un click. Eso me llevaba a realmente ver las cosas de otra manera. Situaciones que me angustiaban ya no tenían efecto sobre mi, condiciones que me generaban malestar se resolvían o dejaban de importarme, donde antes había crisis empecé a ver oportunidades, y cosas por el estilo.

Quizá no es el cerebro, quizá es algo mas profundo. Quizá, como diría Don Juan cambia nuestro punto de encaje, y todo se moviliza. Tal vez nuestro anclaje es mucho mas dinámico de lo que la palabra sugiere. A lo mejor, echar raíces no nos estatiza, sino que nos da un punto de vista necesario y complementario. Quien sabe, no ayude a ver, sentir y comprender lo que exploramos en cada ráfaga, acompañamos en el fluir del agua, transmutamos como fuego y, finalmente, germinamos como tierra, en un ciclo eterno y sin destino.

Si así fuera, disfrutemos, pues, de cada momento y cada elemento. Seamos viento, seamos agua, seamos fuego y seamos tierra. Seamos todo, seamos uno. ¿Será porque no uso lentes?

1 comentario:

  1. La princesa Elisabeth y las metáforas

    Hay metáforas que por su uso pierden su imagen inicial. Con ese tipo de metáforas nos movemos todos los días. Lentes, por ejemplo, viene de “lentejas”, por su forma parecida a ese grano, una imagen que pocos perciben al escuchar la palabra. Pero a veces las imágenes pueden recobrar su vida. Cuando leemos en la Ilíada sobre una distancia de un “vuelo de lanza”, suena más poético que cuando en primer lugar se refería a una medida concreta. Para mí, de hecho, el ejercicio que hace Valentín es algo que yo llamaría ciencia: precisar las imágenes, sus similitudes y diferencias con los objetos o actos con los cuales se está comparando para darles sentido - no tomar las imágenes por dadas. Tal vez ese cuestionamiento, en este caso, nace precisamente porque Valentín no tiene lentes; la imagen no se comparte.

    Estoy de acuerdo en que la metáfora de los lentes está cargada de referencias problemáticas, no solamente por lo “instrumental” y ajeno del yo, como señala Valentín – esa apreciación, creo, viene de alguien que no ha vivido la experiencia de que los lentes se vuelven parte de la cara – sino por su implicación simbólica de razón y sabiduría. Los lentes, de una manera extraña, se relacionan con un hábito de cuantiosas lecturas. Extraña, porque - como dice Seinfeld en uno de los capítulos de la sitcom con el mismo nombre - no nos impresiona una persona con audífonos por todo lo que ha de haber escuchado.

    Creo que la crítica que hace Valentín de la metáfora de los lentes, en su forma, está completamente de acuerdo con mi argumento: cuando las imágenes teóricas nos estorban, hay que pensar de otras maneras. El problema del planteamiento de Valentín, sin embargo, no es la imagen, sino en la imaginación de cómo cambiamos nuestras maneras de pensar. En la propuesta que nos hace, el cambio viene de lo profundo, de adentro, del “ser”, y no se puede explicar con cambios “superficiales” como unos nuevos lentes. Como he señalado arriba, un problema de la metáfora de los lentes es que se relaciona con la razón, que se separa de los sentimientos, como si nuestros actos solamente fueran decididos por nuestra razón. El problema de la propuesta de Valentín es que – a mi parecer - no logra superar la dicotomía que critica. Esta dicotomía regresa en la idea de que existe algo “adentro”, separable de lo de “afuera”. ¿Pero qué es ese “ser” adentro?

    Si pensamos que el yo es separable de la materia, significa que tenemos dos mundos. El problema de los dos mundos es la dificultad de explicar su conexión, y cómo el “alma” entró a ese otro mundo “material”. Como escribió la princesa Elisabeth a Descartes en una carta del 10 de junio de 1643:

    ...it would be easier for me to concede matter and extension to the soul, than the capacity of moving a body and of being moved, to an immaterial being. For, if the first occurred through `information', the spirits that perform the movement would have to be intelligent, which you accord to nothing corporeal. And although in your metaphysical meditations you show the possibility of the second, it is, however, very difficult to comprehend that a soul, as you have described it, after having had the faculty and habit of reasoning well, can lose all of it on account of some vapors...

    El argumento de la princesa Elisabeth, entonces, dice que lo que llama el “alma” tiene que ser material. Le parece complicado - y con razón - imaginarse que el cuerpo pudiera transitar a ser inmaterial, o de entender por qué el alma escogiera materializarse.

    Si estamos de acuerdo con la princesa Elisabeth, es difícil considerar que el cambio puede venir de otro lado que de un mundo material, del cual la persona es parte. Los lentes - para usar la metáfora a pesar de sus límites – no son ajenos a la persona, pero tampoco vienen de un rincón auténtico del yo.

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