jueves, 29 de marzo de 2012
El porqué del uso de la @ (arroba) en la tesis
miércoles, 28 de marzo de 2012
Quizá porque no provengo de un reino
Es difícil, por lo menos para mi, pensar en la unidad con nuestros limitados cerebros. Baste recordar que se nos enseña que ellos mismos reproducen la dualidad y la división de tareas. Un hemisferio izquierdo, lógico, analítico, calculador, y uno derecho, visual, auditivo y artístico. Yo no lo creo, pero la sedimentación de esa estructura de pensamiento es difícil de superar.
Es por ello que recurro a metáforas que partiendo de una dualidad, intenten superarla. Adentro, afuera, interno, externo, son entonces, dos puntos de vista de una misma realidad. Es quizá un intento de traducir con el cerebro ideas, nociones, conceptos que se gestan más allá de él mismo. Pero el cerebro es egocéntrico, y al final, termina firmando todas las ideas como propias.
Me declaro senti-pensante, pero reconozco la asimetría. El cuerpo habla, pero el cerebro desconoce. La intuición, sabiduría profunda, emite alertas que el cerebro descarta por descabelladas o paranoicas. Aunque, quizá, no debamos hablar del cerebro, que en definitiva es un cúmulo de células, sino de la enigmática (y mucho mas problemática) mente. El cuerpo, la mente. Otra dicotomía más al menú, una con condimentos de género además.
Ahora, como me cuesta pensar en la unidad, mejor la siento. Mi mente pensante separa para entender, mi mente sintiente aspira a comprender en la unidad. No es algo que pueda explicar, y mucho menos en palabras, territorio del yo pensante, de la mente dictándole al hemisferio izquierdo y este, a su vez, delegando en los proletarios dedos que aplastan las teclas sin comprender.
¿Será? ¿O son los dedos, los que escriben lo que el cerebro decodifica para que la mente entienda? ¿Pueden, estas manos, estos dedos, pensar por si mismos y (re)escribir la historia? ¿Pueden desafiar el supuesto orden natural de las cosas y contradecir siglos y siglos de anatomía y filosofía? ¿Por qué no? pensar lo contrario seria aceptar las jerarquías como dadas, naturales e inamovibles. La subversión de las manos campesinas, de los dedos ajados y enlodados de este rincón, nos invitan a pensar diferente.
¿Entonces? ¿en que quedamos? ¿Intentamos superar las dicotomías? ¿cómo? ¿Intentar superar dicotomías, no seria una forma de reificarlas? Sin embargo, ¿negarlas nos da la unidad? Quizá ni una ni la otra. Tal vez ambas. Acaso ninguna de estas opciones, acaso todas. Esto, mas bien, me lleva a pensar en el ¿Por qué? ¿para que?. Y es ahí donde creo que hay un debate mucho más rico, complejo y desafiante. El por que y para que superar el pensamiento dicotómico. Ahí va el guante para quien quiera recogerlo.
Por mi parte, me preocupa menos el pensamiento dicotómico, que el ser dicotómico. Me explico: de alguna manera creo, pienso y siento, que si no sufriéramos de una esquizofrenia profunda no nos estaríamos planteando la dicotomía en el pensamiento. El pensamiento, es ególatra, egocéntrico, y no puede pensar más allá de si mismo. En este sentido, necesita crear dicotomías para reflejarse, para espejarse, escindirse para crear la falsedad de un todo autocontenido.
El sentimiento, por su parte, no lo necesita. El, ella, esta ahí, esperando pacientemente que el pensamiento deje de verse al espejo como un adolescente. El sentir, contiene sabiduría que el saber no entiende. Esa sabiduría radica en el ser. No se si mas profundo o mas superficial. Más bien creo que en un flujo constante, dinámico y eterno, en una unidad que la mente no ve ni siente.
No se si es material o inmaterial. No se si sea el alma esa por la que se preguntaba la Princesa Elizabeth, quien además, me cae mal* . Sólo creo que cuando el corazón me late con fuerza y la piel se me pone de gallina, es porque advierto un mundo impensable, ilógico, irracional. Quizá cuando pueda senti-pensar ese mundo habré trascendido la dicotomía. Quizá cuando pueda senti-pensar ese mundo advierta que nada hay nada que trascender.
¿Que es sino un perfecto caos de vibraciones? Tan inmaterial como el amor, tan material como un neutrino. Y vice-versa.
Sera porque no uso lentes...
Me gustaría pensar, más bien, que el cambio viene de adentro, y que los ojos se adaptan a eso. Podríamos jugar con transformaciones de los nervios ópticos, de los conos y bastones que componen la estructura celular del ojo, o en las plasticidad y curvatura de la retina, pero todo ello requería mas conocimiento y tiempo del que dispongo ahorita. ¿Cómo cambia nuestra mirada entonces? A mi me fascinan esas experiencias donde el ojo ve lo que el cerebro quiere ver ¿no les ha pasado? Se trata de una experiencia interesante que se hace en algunos test psicológicos. El ojo ve una mancha hasta que descubre una determinada forma, una vez que ha delineado una silueta es imposible dejar de verla. A veces incluso hay mas de una silueta y la percepción de una enmascara (temporal o definitivamente) la otra.
He sentido, en ocasiones, como esto me sucedía en “la vida real”. Por determinado análisis, coyuntura o casualidad (o causalidad) mi mirada sobre determinada situación, persona o momento cambiaba. Asi, de golpe, como un click. Eso me llevaba a realmente ver las cosas de otra manera. Situaciones que me angustiaban ya no tenían efecto sobre mi, condiciones que me generaban malestar se resolvían o dejaban de importarme, donde antes había crisis empecé a ver oportunidades, y cosas por el estilo.
Quizá no es el cerebro, quizá es algo mas profundo. Quizá, como diría Don Juan cambia nuestro punto de encaje, y todo se moviliza. Tal vez nuestro anclaje es mucho mas dinámico de lo que la palabra sugiere. A lo mejor, echar raíces no nos estatiza, sino que nos da un punto de vista necesario y complementario. Quien sabe, no ayude a ver, sentir y comprender lo que exploramos en cada ráfaga, acompañamos en el fluir del agua, transmutamos como fuego y, finalmente, germinamos como tierra, en un ciclo eterno y sin destino.
Si así fuera, disfrutemos, pues, de cada momento y cada elemento. Seamos viento, seamos agua, seamos fuego y seamos tierra. Seamos todo, seamos uno. ¿Será porque no uso lentes?
miércoles, 14 de marzo de 2012
Para ir dibujando un diálogo a dos pinceles entre disputas, reflexiones, complejidades y necesidades de criticidad
CAPÍTULO 1:
Aunque parezca que no tiene nada que ver, tiene mucho que ver; o de cómo cantinfliar con sentido, para colocar y engrasar los engranes de la discusión.
Aprovecho pues que nos convoca el arte, el juego de representaciones y los viajes personales pa invitar al diálogo, a un desafío en común que busca nutrirse de perspectivas para entender más profundamente, para comprender de manera más compleja. Después del megaviaje, el megadiálogo.
martes, 13 de marzo de 2012
El primer griego
Hubo algo en el entorno, el aire que respiraban mis padres - emigrantes que llegaron al pequeño pueblo de Västervik a finales de los años 70. Nací en la diáspora, junto con otros inmigrantes. Västervik fue el destino de muchos griegos que llegaron a trabajar un rato, para regresar como reyes al pueblo natal. Como Emanuel, un amigo de mi padre. Regresaron juntos a su pueblo. Emanuel tenía una cara redonda, amable, con una sonrisa grande, y una barba que no se dejaba vencer por solamente una rasurada al día. Entre los pelos que salían de su camisa en su pecho fuerte, tenía una cadena gruesa de oro, que brillaba con más fuerza al regresar al pueblo. Fueron recibidos como hijos perdidos, como si no hubieran comido más que pan duro durante los últimos años, y como si no existiera el vino fuera de Grecia. El amor se traducía en grasa en sus cuerpos. Tuvieron que comer para aguantar en el norte, en el país extraño y oscuro.
Emanuel aprendió sueco leyendo la biblia, comparándola con la biblia en griego, y así logró ingresar a la escuela de medicina en Estocolmo, con lo que accedió a un mundo de dinero, al igual que mi padre; mi padre emigró de un apartamento de la periferia, hijo de inmigrantes, trabajadores, para llegar a las casas bonitas, los códigos extraños de conducta, los muebles exquisitos, los colores suaves, la buena educación - donde se sentía en casa mi madre.
La primera vez que nos fuimos a Grecia iba a cumplir cuatro años. Estuvimos tres semanas, visitamos a Emanuel, comíamos helado, jugábamos con los niños. Cuando regresamos a Suecia, ya hablaba griego. Ya sabía que era griego. Pero mis padres se sorprendieron.
Intentaron formar un sueco. Me metieron al equipo local de futbol, con los niños suecos. Cuando pude, me cambié a un equipo de inmigrantes. Hablaba con un acento que mis papás no sabían de dónde venía. Era una mezcla de griego, turco, tigriña, árabe y sueco. Escuchaba rap de los suburbios, y me enamoré de una musulmana.
Mis papás se sorprendieron, porque no tenían conocimiento de que tuvieran familiares que no fueran suecos, por lo menos desde que empezó el registro civil en el siglo XVII.
Parece que fui el primero.
El horizonte común
Lento se van configurando las relaciones. Después del primer semestre de la maestría nos empezó a dar clases Xochitl. Me movió, nos movió a varios, y - me imagino - a varias, pero después del tercer semestre quedamos solamente tres hombres. Pierluigi y Jaime, quienes fueron asesorados por Xochitl, y yo.
Creamos un espacio íntimo, un acompañamiento del trabajo de campo más o menos solitario, un acompañamiento muy valioso. Después del primer mes, la primera o segunda vez que nos vimos, llegué con el espíritu de alguien que no había dormido mucho, y que se estaba preocupando. En Santiago el Pinar, donde hice mi estudio, no me sentía seguro. De hecho no dormía mucho. Unas cinco horas la noche, siempre al pendiente - si no decidía regresar a San Cristóbal, donde podía dormir con más tranquilidad, a costa del cansancio de manejar en las curvas de los Altos de Chiapas. Pero aún así tenía siempre Santiago el Pinar en mi mente, siempre en Santiago, en Santiago, en Santiago estaba mi mente.
Había llegado para estudiar las relaciones de poder, y Santiago fue un lugar muy atinado para ese tipo de estudio. Pero no es lo mismo hablar de relaciones de poder, que vivirlas, de tocar la corrupción y la violencia. Los robos. Se me metían al cuerpo, a la espalda, al sistema respiratorio. Pude exhalar en el espacio colectivo que Xochitl había impulsado.
Discutimos, cambiamos de enfoques juntos, nos acompañamos, pero también nos desesperamos. El espacio era un refugio inseguro, inestable. Se formaba sobre una confianza en construcción, que se mezclaba con experiencias anteriores, miedos de fracasos, pero también de esperanzas.
Algo pasó cuando terminó el trabajo de campo. No sé si fue porque se integró Valentín después de haber regresado de Cuba - con una barba del tamaño de Marx, y una sonrisa literalmente de oreja a oreja. No sé si fue por la llegada de Marco, que estudiaba el CIDECI, y me hizo recordar la educación popular en Suecia. Pero más bien creo que empezó con una comida en casa de Xochitl y Axel.
El cambio espacial es importante, y la invitación a la privacidad es una apuesta atrevida. En la privacidad se rompen jerarquías.
Como fuera, en la primera sesión del segundo Seminario-Taller - que Xochitl bautizó "Creación de saberes más allá de "producir conocimientos": retos para el hacer, el pensar y el sentir" – discutimos las formas del seminario. Por primera vez. Fue una invitación a bailar. Y bailamos. En el baile entra la desestructuración, el caos, el viento. Entra con fuerza la pasión y el gozo, el sentir. Decidimos formar relaciones más horizontales, decidimos cambiar de espacio, de ese espacio lleno de significados que se llama CIESAS. Y entró la tormenta. La tormenta movió mi casa, donde nos encontramos para el siguiente taller. Fue un momento de crisis. Un momento de crisis. Empezó con mala comunicación sobre el horario. Siguió con el incumplimiento con los textos que habíamos quedado de circularnos.
Circulamos la palabra, y empezamos a construir de nuevo. El fundamento que quería proponer venía de la educación popular en Suecia, donde había hecho un curso en la escuela de Färnebo, y con la cual vine a Chiapas diez años atrás. ¿Sería posible llevar los métodos populares a los espacios académicos? Me pareció que valió la pena intentar.
Las escuelas populares surgieron del movimiento obrero de Dinamarca, imitando a las escuelas campesinas, que a su vez se inspiraron en los internados aristocráticos de Inglaterra. El gran cambio fue el cambio de sentido. La idea central de las escuelas populares, y luego de los círculos de estudio que surgieron en el mismo ambiente, era conocer la realidad para cambiarla. El horizonte era una sociedad sin clases, un horizonte que se encontraba a la vuelta de la casa. En esa sociedad sin clases, todos tendrían que tener los conocimientos necesarios para dirigir la sociedad.
Esta idea poderosa señala otra finalidad de la educación que una idea implícita dominante en los sistemas educativos, que se trata de formarse para insertarse en la producción capitalista, para servir al status quo, a la clase dominante, si quieren. O, como alternativa - pero sirviendo a los mismos intereses - para poder lucir la “buena educación”, la educación clásica, cuidadosamente vaciado de contenido político.
Fue un intento, un primer intento.
Para el tercer taller, todos entregamos textos antes de la sesión, aunque fuera tan solo media hora antes. Además, Jaime y yo habíamos acordado discutir sobre la criticidad, algo que queríamos insertar en nuestras tesis como una parte dialogada, como parte de un cuestionamiento del mito del autor solitario, el genio romántico, el fetichismo del individuo. Valentín se metió a la discusión también; de hecho todos y todas se metieron de una manera u otra.
No sé si fue porque el taller iba a ser de pintura, pero nos mandamos textos más íntimos, con una fuerza que se podía tocar en cada documento. No sé si fue por la luna llena, pero de repente me di cuenta que algo se estaba moviendo, algo poderoso. Pintamos en la sombra, en el sol, en un círculo grande, luego nos juntamos en un círculo chiquito, nos leímos nuestros textos, nos aplaudimos. No sé si fue justo en ese momento, en el momento del aplauso, pero creo que sí. Creo que fue en ese momento que nos imaginamos nuestro horizonte común.
Unas Palabras de Bienvenida
Yolotlahtoli, la palabra del corazón |